martes, 1 de julio de 2008

Fútbol de Verdad



La cancha de tierra es el mejor lugar para aprender de fútbol. Pero me refiero al de verdad, al no profesional, al de barrio, de rodillas raspadas, agarradas de camiseta, de jugadas llenas de picardía, por las que se reciben patadas y que, en ocasiones, parten siendo una manifestación de la belleza futbolística y terminan siendo una pelea de proporciones entre un equipo y el otro.

De esas peleas recuerdo una que me contó mi papá. Este es el asunto: Jugando en una liga amateur, el equipo donde jugaba mi papá, el gran Juventud Platense, debía enfrentar a un rival de Peñaflor para poder avanzar. En el primer partido, de visita, empataron 1-1, lo que es un buen resultado, pero como les dolía el orgullo porque les empataron con un gol de un penal inventado, decidieron tomar el toro por las astas y poner un árbitro amigo para el partido de local. No sé si ustedes saben que, hasta al menos un tiempo, en el fútbol amateur el árbitro se encarga de ponerlo el local, mientras sea árbitro ANFA (Asociación Nacional e Fútbol Amateur, para los que no sepan), arbitra incluso el mejor amigo del capitán del equipo. Ahí fue elegido el “Chico Marcos”, un hombre de unos 50 años, bajito, delgado, ex campeón chileno amateur de boxeo en peso minimosca. Era del barrio, amigo de todos, árbitro ANFA, y lo más importante, amaba a Platense más que ninguno. La mesa estaba servida, sólo había que empezar a jugar.

El día del partido estaba lleno como cada domingo, salieron los equipos a la cancha, mi papá entró de titular y comenzó a rodar la pelota. Al poco rato los delanteros de Platense se encontraron con la marca de un central, apodado, “El Camión”, un tronco de 1.90 metros, y cerca de 90 kilos de peso. El tipo no dejaba pasar a nadie, con un toque del hombro era suficiente para botar a cualquiera o al menos desestabilizarlo lo suficiente como para que no pudiera anotar. Todos podían darse cuenta que con ese animal atrás, sería imposible que hicieran un gol. Al término del primer tiempo, en el que no pasó mucho, los equipos partieron a los camarines, y la gente estaba ansiosa por que empezara el partido de nuevo y tratar de ganarlo. Pero bueno, vamos a lo importante. Cerca del minuto 75, el Camión no había permitido que nadie entrara al área, pero en ese instante corrió uno de los punteros de Platense, creo que el Carlos Gurudunt, que se metió en el área, y en velocidad trató de llevarse al Camión, pero como el tipo era bastante más grande, con un toquecito lo hizo volar y se quedó con la pelota. Y ahí comenzó todo, el Chico Marcos se dijo “esta es la mía” y no dudo en cobrar un penal más falso que Judas, y más brujo que Merlín. El Camión estaba encolerizado, colorado de rabia se fue encima del Chico, quien además lo expulsa levantando la roja y sin siquiera mirarlo le dijo: “Váyase”, con toda tranquilidad. Pero el defensa no podía quedarse así, le estaban cobrando un falso penal y más encima lo echaban. Entonces el gigante se acercó al chico, y levantó la mano por sobre su cabeza, dispuesto a dejarla caer sobre el árbitro y machacarlo. No sabía ese desdichado de la calidad de campeón amateur nacional de boxeo retirado, que tenía el Chico Marcos, y antes que su mano empezara a descender hacía el árbitro, el Chico lo miró hacia arriba y le puso un golpe certero y recto, directo al mentón del gigante. David derrotaba a Goliat, con sólo un combo, uno sólo, pero venido de las manos de un campeón. El grandote cayó como un árbol recién talado, de espaldas, y se estrelló en el piso. Imagínense la que se armó, todos correteando al Chico para pegarle y él poniendo pies en polvorosa, arrancaba alrededor de la cancha, si sólo faltaba la música de Benny Hill, era para morirse.

Evidentemente se suspendió el partido y tuvieron que jugar lo que faltaba en terreno neutral, el Chico no arbitró ese partido, pero hizo lo mejor que pudo hacer, dejar KO al central y con eso impedirle jugar el otro partido por que le trizó la mandíbula. Resultado, Juventud Platenese ganó y clasificó. Cosas del fútbol de barrio, del fútbol de verdad.

martes, 27 de mayo de 2008

La Gran Final


En la foto: (Futbolistas de pie) Zapata, Unanue, Passalacqua, Salinas, Barril; (sentados) Aguirre, Cifuentes, Goujon, Pulgar, Quiroz, Acevedo.


“Dentro de nuestro vacío, sólo queda en pie el orgullo, y por eso, seguiremos de pie” La Polla Records.

En estos tiempos de finales de campeonato, en que algunos andan felices y otros cabizbajos, me puse a pensar en cuáles finales había disputado yo, en mi carácter de futbolista frustrado. La verdad es que no ha habido muchas, un par de campeonatos de baby fútbol, una de un campeonato corto cuando era scout (sí lo era, y además lo sigo siendo de corazón; “una vez scout, siempre scout”), y la más memorable de todas, cuando disputamos en 7º básico, la final de mi colegio. Para armarles el contexto: Mi colegio era sólo de hombres y bastante grande, tan grande que la final la jugamos el 7º H (el mío), contra el 7º P (sí, leyeron bien, P). Así que eran varios partidos antes de llegar a la final.

La cuestión es que habíamos jugado varios partidos antes, primero una fase de grupos y luego eliminación simple. La fase de grupos la pasamos segundos, pero de ahí en adelante fuimos imparables. Bueno, la verdad es que el imparable era Cifuentes, ¡que jugadorazo!, un verdadero crack. Con decirles que en un partido, creo que de cuartos de final, perdíamos 0-3 porque Cifuentes no llegaba al estadio del colegio. La cuestión es que se apareció durante el entretiempo y entró a la cancha para intentar remontar. ¡Y qué remontada dios mío de mi alma!, ganamos 4-3 con 4 goles de él, y uno fue un golazo de 30 metros al ángulo. Sencillamente era nuestro Cruijff, si hasta tenía peinado de futbolista.

Bueno, ese día de diciembre en que fue la final, mi curso entró a la cancha con la siguiente formación: El “Baba” Barril al arco; Passalacqua, el “Qui-qui” Quiroz, “John Lennon” Salinas, y el “Kalule” Acevedo en el fondo; El “Caluga” Aguirre, el “Pirigüín” Goujon, el “Pato” Unanue, Zapata, en el medio; el “Chicho” Pulgar, y el Gran Cifuentes en la delantera (aunque jugaba donde estuviera la pelota, así que en realidad en toda la cancha). Así, los once no más, porque algunos de los que participaron del proceso no fueron y nos dejaron sin cambios, pero bueno, el Fútbol es para hombres, no para niños, así que con 13 años sacamos a relucir todo lo que podíamos dar, éramos unos guerreros en pantalones cortos, fieras de la pelota. Éramos aquellos llamados a hacer algo grande, sin precedente, sublime, apoteósico. Salimos a la cancha con todo, corriendo cada pelota, hasta para sacar laterales nos peleábamos entre nosotros para tirarlos, cada uno quería hacerlas todas. Barril estuvo tranquilo bastante rato; los monstruos de atrás no dejaban pasar hombre y pelota a la vez; en el medio controlábamos la pelota y la tirábamos para adelante, metiéndole pases al Chicho y al Cifuentes que se movían como gatos para hacerse espacio; corrían como panteras para picar una pelota, saltaban hasta las nubes para cabecearla, enganchaban hasta al árbitro para meterse en el área. Sin temor a que me acusen de agrandado, estábamos jugando como el mejor Barcelona o Milan que ustedes hayan podido ver, jugadores hábiles, aguerridos, comprometidos, y una estrella.

Fuera de la cancha se vivía otro partido, estaban las barras de cada uno de los cursos (además de las barras del resto, de los 8º’s básicos, 1º’s, 2º’s, 3º’s y 4’º medios), así que las galerías estaban repletas de compañeros de curso, de padres orgullosos, mamás aburridas, tíos peloteros, y supongo más de un padrastro. Además estaban las autoridades del colegio, es decir, profesores de educación física, gente del Centro de Padres, del Centro de Alumnos, el Rector del Colegio, y dicen que hasta un par de veedores de clubes importantes. Los de 4º medio llevaron un bombo y cantaban en todos los partidos. Siempre he creído que metieron unas cervezas, si no, no entiendo por qué tanta felicidad y apoyo. Mi papá me había acompañado ese día, obviamente, era final de campeonato y su hijo iba a participar, así que se apostó al borde de la cancha para ver mejor y no tener que compartir con el resto de los apoderados, porque el viejo es arisco y además no conocía a nadie. Ahí agarrado de la reja vio la gran gesta deportiva que sucedió ese día.

A mitad del primer tiempo, logro quitar una pelota en el medio y tocarla rápidamente al Caluga, él la abre para el Cifuentes, quien generoso y con clase, la mete profunda dentro del área para Salinas que pica como diablo y la toca atrás para el Chicho, quien la cruza de un derechazo, ¡GOLAZO!, ¡¡1-0 mierda!!. Corrimos todos a abrazar al Chicho y al borde de la cancha nos juntamos a celebrar, gritábamos desaforadamente, y era de esperar, si estábamos ganando la final. De los padres del resto no me acuerdo, pero del mío sí, me miraba contento y levantaba su pulgar en señal de aprobación, estaba saltando y gritando; ahí entre los rombos de la reja me demostró todo el amor y cariño que se puede sentir por un hijo, borracho de orgullo. Después del gol seguimos corriéndolas todas, comprometidos en asegurar el partido. En el quite éramos unos perros de presa, en la creación, genios de la belleza. Es cierto que después del gol el P se acercó un poco a nuestro arco, pero entre el Pasa y el Qui-qui las quitaban todas, abrían pa que saliera el Kalule o el Salinas y además el Barril daba seguridad bajo los tres palos. Continuamos jugando como veníamos haciéndolo, controlando cada zona de la cancha, hasta que el pitazo del árbitro terminó el primer tiempo.

En el descanso los papás nos llevaron agua y bebidas, el papá de Cifuentes las ofició de técnico y nos dio algunas instrucciones como grupo. A mí mi papá también me aconsejó y hasta me hizo unos masajes recuperativos en las piernas. Estaban todos fascinados con nosotros; que jugábamos muy bien, que sabíamos salir con inteligencia, que apenas nos habían llegado durante el primer tiempo, de hecho nuestro arquero estaba limpiecito; y que si seguíamos así en el futuro seríamos conocidos como Campeones. Teníamos el corazón hinchado, apenas nos cabía en el pecho, era más grande que el del Chapulín Colorado. Cuando ya estábamos descansados y frescos, empezamos a ver qué haríamos en el segundo tiempo; decidimos que tendríamos más la pelota y que aprovecharíamos la velocidad de las bandas y la capacidad del Cifuentes para hacer magia. Nos reunimos en un círculo y nos juramentamos vencer o morir, nos juramos que si salíamos sin ganar al menos nos sangrarían las rodillas y los codos, que los músculos apenas nos podrían sostener, que se nos iba la vida en ese partido.

Salimos con todo, a barrer con todo. En los primeros diez minutos llegamos varias veces, hasta que una escapada del Salinas significó un bombazo del Caluga, le dio fuerte y colocado, a esa pelota no la paraba ni Lev Yashin, mientras iba por el aire el tiempo se detuvo un instante y todo lo que se movía era la pelota, así como lo oyen, el tiro estaba confirmando las leyes de Einstein que considera al tiempo relativo, pero en este caso la constante no era la luz, la constante era la pelota del Caluga que viajaba por el aire. De pronto, en un respiro ingrato de los dioses, la pelota se desvió rápidamente, en una comba rara, y se estrelló contra el palo, dio de lleno contra el poste y saltó sobre el travesaño. Casi la reventó el Caluga con ese disparo. Lo que sí reventó fue la galería, que gritó en una sola voz poblada de muchas: ¡Uhhh!, y luego de ello, mil aplausos y gritos de aliento. Se los dije, mejores que el Barcelona y el Milan. El partido estaba dominado, iban cerca de 15 minutos y estábamos muy bien plantados, éramos un bosque de piernas cuando había que serlo, y una sinfonía cuando nos juntábamos.

Pero el partido tenía 90 minutos.

En una jugada intrascendente, sacan un lateral cerca de mí, y la toma un mediocampista de ellos que no era rápido, pero era hábil, antes que yo llegue a su lado la toca en una pared con el 8 de ellos y se larga, corre como gacela en escapada y mete un pelotazo, entre centro y tiro al arco, que uno de sus delanteros alcanza a puntear. Hasta ahí no pasaba nada, pero la pelota, caprichosa mujer, que iba muy rápido, se le viene encima al Kalule que había salido a cortar al delantero y le cae en la mano. Y me refiero a que LE CAE EN LA MANO, la pelota hacia ella, no al revés, de hecho el negro tenía el brazo pegado al cuerpo. Pese a ello, el árbitro pita y señala el punto penal. La injusticia cayó sobre nosotros; reclamamos el cobro, el Passalacqua, que era el más grande, casi le pega al árbitro y hubo que pararlo. Pero mientras lo parábamos sentíamos que tenía razón, ¡Si nos estaban robando! El Kalule que era tímido no decía nada, sólo miraba el suelo sin comprender. Y es que nadie comprendía, en la primera jugada que nos llegaban nos cobran un penal que no fue. Entraron los profes de educación física y algunos papás a calmarnos, mi papá me tomó de los hombros y me dijo: “Déjenlos que pateen, si igual van a ganar”, y el Salinas con el Pulgar, que estaban cerca de mí me miran y se sonríen, confiados en que aún así ganaríamos. Logramos echar para atrás al Passa, y el delantero de ellos se dispuso a patear. Corrió y le pego fuerte al medio. El Barril, que estaba acostumbrado a volar, porque era liviano como pluma, se había tirado hacía un costado y no pudo evitar que la pelota entrara. El grito de gol fue ahogado, sólo lo gritaron los del 7º P, todos los demás, hasta los de 4º medio, e incluso el Rector, se quedaron callados, o más aún, pifiaron. Cuando se presencia la injusticia el corazón la reconoce y solloza.

El Cifuentes tomó la pelota del arco y trotando con calma y confianza la llevó al círculo central. La puso en el medio y esperó el pito, tranquilo, preparando la próxima jugada, como ajedrecista que se adelanta varios pasos mentales al resto. Se la toca al Chicho y comenzamos de nuevo. Empezamos a retenerla, hacer que salieran un poco porque estaban colgando del travesaño y nosotros éramos los que hacíamos el sacrificio. En una de esas, en un rápido cambio, el Goujon corre por la orilla y se la centra al Cifuentes, que la esperaba en la media luna del área, la para de pecho, como con una almohada y cuando la pelota le está cayendo a los pies, uno de los centrales de ellos, a quien se había bailado toda la mañana, le mete una patada por atrás, fuerte, en la mitad de los gemelos de la pierna izquierda. Saltamos todos a reclamar la tarjeta, no sin tener una semi sonrisa en la boca, porque sabíamos que de ahí el Cifuentes la metía cuando pateara el tiro libre. Oímos el pitazo y saltamos de alegría, pero no nos duró mucho, el árbitro señalaba córner. Sí, córner. Transformó una patadaza que nos daba un tiro libre en un córner y menos sacó amarilla ni nada. Con eso sí que nos picamos, el descaro era inaguantable. Pero en vez de reclamarle, fuimos todos para arriba, a meter esa maldita pelota en el arco contrario y en el trasero del árbitro. El Caluga Aguirre fue a sacar el tiro de esquina, la acomodó y le dio al primer palo, habíamos ido todos, y la verdad no recuerdo quién fue el que la empalmó, pero le dio fuerte, con todas las ganas del mundo, pero la pelota le pegó en la espalda a un defensor que estaba en el palo y rebotó rápida hacia una banda. Nadie esperaba eso, la banda estaba sin marca y uno de ellos empezó a correr con la pelota, solo, totalmente solo, estaba sólo el Zapata esperándolo y el Baba al arco. Y el maldito era un diablo corriendo, no había agarrado una sola, pero cuando tomó esta se subió a la moto y empezó a avanzar. Sacarse al Zapata no le tomó mucho, mal que mal le ponía cuerpo, pero en velocidad lo superó fácil. Cuando estaba por entrar al área el Baba sale cortarlo, pero justo antes de que se lo encontrara, el desgraciado se la levantó, y la pelota dando botecitos, entró al arco. Si iba tan lenta que ni siquiera tocó la malla.

En ese momento nos queríamos comer vivo al árbitro, nos estaba robando un partido que, hasta ese momento, jugábamos como D10ses. La gradería estaba con nosotros, llovían silbidos y ofensas varias, no contra el otro equipo, sino que contra el hombre de negro. Fuera de control, el Baba sacó la pelota del fondo y la tiró hacia delante para partir de nuevo. La tomamos y empezamos a ponerle más ganas y corazón que técnica. Yo sólo pensaba en: “vencer o morir”, “al menos nos sangrarán las rodillas y los codos”, “los músculos apenas nos podrán sostener”, “se nos va la vida en ese partido”, y sé que el resto pensaba lo mismo; nuestro juramento eterno de 90 minutos, nuestro lema de vida hasta el pitazo final.

1-2 era el marcador, y estábamos heridos, mas no muertos. En eso, uno de nuestros rivales se ríe de la frustración que nos comía el alma. Catalán creo que era su apellido. El Zapata lo quería descuerar, pero el Qui-Qui, siempre tranquilo, lo paró y lo mandó a jugar. Burlándose así, ese joven estaba firmando su condena. Iban cerca de 30 minutos del segundo tiempo y teníamos que remontar. En la primera que ese Catalán se hace de la pelota, el Zapata tira a matar, pero el tipo ese lo esquiva y avanza. En la siguiente que toma, el Zapata sí que lo pilla y le mete un rodillazo en el muslo, sin fijarse que estábamos demasiado cerca del arco. Tiro libre para ellos, horror para nosotros. El Qui-Qui tuvo que calmar de nuevo al Zapata, a punta de empujones. Viene el remate por sobre la barrera y el Baba no pudo hacer nada, se coló en un rincón imposible. Sólo pudo mirarla, y yo que estaba en la barrera me lamentaba de no haber nacido gigante para lograr cabecearla al córner mientras pasaba por nosotros. 35 minutos y 1-3. La esperanza se iba con el tiempo.

Empezamos a correr con las piernas que no teníamos, a correr con las piernas que los hinchas y nuestros papás nos prestaban en sus gritos, con las piernas que te da el orgullo cuando estás vacío y orgullo es lo único que queda, corríamos por hacer historia, por ser felices por siempre, por ser Campeones. El flaco Cifuentes hacía de las suyas, pasaba rivales, la abría para el Aguirre o para el Salinas, la tocaba con Goujon, conmigo y Pulgar, a todos los del medio para arriba nos hacía jugar. En una de esas, el P se logra hacer de la pelota en una contra que se veía muy peligrosa, la abren para Catalán que justo venía por el lado de Goujon y mío. El Pirigüín le sale primero, yo corría a una costado de la jugada, a unos dos metros. Cuando se encuentran, el Goujon abre un poco las piernas y Catalán le pasa la pelota entre ellas, pero junto con pasárselo así, el maldito le tira un codazo en la cara, que el árbitro no ve o no cobra no más, y el Goujon se va de espaldas. Yo lo veo tirado en el suelo y con la nariz con sangre, y debo admitir que en ese momento no pensé en nada, la mente se me nubló de rabia, y corría rápidamente tras de él. Cuando estaba a cerca de un metro de Catalán, salté, como la ira vengadora de Zeus, y antes de tocar el suelo con mi cuerpo, mis pies, el derecho en el tobillo, y el izquierdo en la parte de atrás de la rodilla, cayeron en planchazo sobre Catalán. Una barrida fenomenal; Materazzi, Gatusso, Montero, Chavarría, y tanto prócer de la patada alevosa, estarían orgullosos de mí. Recuerdo que yo, estando en el suelo, podía ver como Catalán seguía en el aire, suspendido y con expresión de dolor, mientras yo abajo pensaba: “vencer o morir”, “al menos nos sangrarán las rodillas y los codos”, “los músculos apenas nos podrán sostener”, “se nos va la vida en ese partido”, sonriente, vacío de victoria, pero lleno de orgullo. Hasta que se desplomó. Cayó como un saco de papas al lado mío, un peso muerto, que los primeros segundos no podía ni moverse, que se quejaba en sollozos, sin poder siquiera gritar por el dolor.

Imagínense la que se armó. Se vinieron todos encima de mí, me querían dar y no consejos, mal que mal, casi le saqué la pierna al tipo ese. Menos mal que mi equipo salió en mi defensa; Salinas contuvo a un par, Kalule reclamó el codazo a Goujon, yo no me escabullí entre los míos, de hecho empecé a putear a Catalán en el suelo, que aún apenas respiraba de la caída. Ahí me llegó un puñetazo, pero daba lo mismo, nada me podía doler en ese momento. El Passa, que era enorme, fue a separar, y se metieron algunos profes y los papás. Mientras tanto mi papá, desde fuera de la cancha me miraba y negaba con la cabeza. Siempre leí ese gesto, no como desaprobación de la patada, sino que de frustración, porque era evidente que me expulsarían. Tan evidente era, y tal era mi enojo, que no iba a permitir que me mostraran tarjeta, me iba de la cancha no más, entre la batahola. Pero el árbitro me buscó, me tomó de un hombro y me dio vuelta. Yo esperaba la colorada, pero ante mi sorpresa y los reclamos de todos, me saca amarilla. Jaja, ¡amarilla!, casi lo mato y me pone amarilla. De hecho al P no le quedaban cambios y tuvieron que jugar los cinco minutos que quedaban con diez. Catalán se quedó tendido al borde, lleno de dolor, y yo adentro, lleno de derrota.

No puedo recordar el cuarto gol de ellos. Creo que nadie se acuerda mucho, a esas alturas daba lo mismo, 1-3 o 1-4 era lo mismo. Al término del partido fue la premiación, nos dieron medallas y una copa que nos reconocía como el segundo lugar. Ahí sucedió algo bello, todos, sin excepción, decidimos entregarle esa copa a Cifuentes, en el fondo sabíamos que era suya. De hecho sabíamos que la de Campeón era la suya. Y él también lo sabía, por eso lloró, lloró como sólo lo hacen los hombres, como sólo lo hacen los buenos para la pelota, cuando no alcanza con el Fútbol, cuando en búsqueda de la victoria sólo queda el orgullo de saber que se es el mejor. Ese día, a él y a nosotros nos sangraban las rodillas y los codos, los músculos apenas nos podían sostener, a él y a nosotros, se nos fue la vida.

Eppur si muove




El calor está inaguantable. Hace unas semanas que el termómetro no baja de 30º grados, incluso a las 21:30 hay cerca de 30º. El verdadero infierno se desató en Santiago, sin aviso, ni armagedones, ni mesías, ni anunciaciones, ni nada, sólo con las llamas del infierno que nos queman la espalda. De hecho ni siquiera es necesario estar a pleno sol para sufrir, basta con existir, si hasta dentro de mi casa entra sol, no sé por dónde, pero el living parece playa de la Serena, o peor, Valle del Elqui. Me bronceo hasta durmiendo.

Pero como uno que es guerrero del balón y por eso no le teme en nada al agobio estival, con mis amigos nos dispusimos a jugar una pichanga. Partimos a las 19:00, para terminarla a las 20:30. Botellas de agua, un par de monedas, zapatos de fútbol, canilleras, la camiseta del Liverpool, y las ganas; todo en orden y de la manera que tiene que ser. No teníamos idea que en ese momento en Santiago había 31º grados, pero apenas llegamos a la cancha y tocamos el cemento del suelo, nos dimos cuenta de inmediato que una caldera de tren estaba más fresca, con decirles que las suelas de los zapatos se nos quedaban pegadas a la cancha. Nade de eso nos amilanó y decidimos jugar igual. El mayor problema es que un amigo se demoró 30 minutos en llegar a jugar, así que partimos con uno menos y esfuerzo extra.

Creo no tener que contarles que, los primeros minutos, el aire nos faltaba como lazarillo al ciego, no podíamos siquiera caminar. Teníamos sudando hasta los pensamientos y las muelas, pero de todas formas no parábamos de jugar. El agua se hizo escasa a poco de comenzar el partido, y encima veíamos a una señora regando el jardín, quien, impía, no nos ofreció un miserable manguereo. El resultado del partido da lo mismo (sobre todo porque perdimos), lo importante es el temple que mostramos al desafiar a la naturaleza y a nuestros propios cuerpos y mentes, que, aparentemente limitados, cuando se trata de jugar a la pelota, se desencadenan como titanes griegos y soportan los embates divinos.

He ahí lo importante, la pelota no es sólo una esfera de cuero que hay que encajar en un arco, es una representación de los vaivenes de la vida. Paso ahora a explicar la cosmología: La cancha es la vida misma; los rivales son las personas con las que hay que lidiar, sin ser un desalmado, basta con eludirlos; los compañeros de equipo son los amigos y la familia, hay que saber apoyarse en ellos y saber ser apoyado, chutear todos para el mismo lado; la pelota, como dije, son los vaivenes, lo que se hace necesario dominar para pasar bien por la vida, a veces hay que darle para adelante, a veces retenerla, a veces tirarla para afuera, y en contadas ocasiones, llevársela y meterla en la meta, en el logro, en el arco.

Por eso nuestras ganas de jugar, incluso con 31º grados, o en el infierno mismo, porque no se trata de un partidito, no se trata de una simple actividad para entretenerse, nos banal ni fútil, es por nuestra vida por lo que jugamos, es por nuestro avanzar hacia la iluminación futbolera-vital, algo así como el yoga para buda, como el nirvana o la meditación zen. El universo, hermanos, nos tiene a nosotros en el medio, como soles, jugando a la pelota, un verano, con nuestros amigos.

jueves, 3 de abril de 2008

Letra y Música



La música es el lenguaje universal, dicen, y me parece que no están equivocados quienes lo afirman. No por nada hay quienes se emocionan hasta las lágrimas con canciones que no entienden, o que menean el trasero como perros contentos, si tocan una canción que habla sobre pegarle a las mujeres si no te hacen caso. Eso, en algunos casos, lamentablemente, da para todo. Hay canciones para cada momento, para bailar, para enamorar, para llorar a alguien a quien se perdió, para agitarse, para mover la cabeza como un derviche, para extrañar, celebrar, levantar el ánimo, dar esperanzas, deprimirse, para carnavales, para molestar a los amigos, para cantar en el estadio. Pero lo que nos convoca, hermanos míos, son las canciones futboleras. Y me refiero a todas, desde las de barra, generalmente tomadas de alguna canción famosa, y normalmente versionada por barras argentinas; hasta las dedicadas a los ídolos, como Santa Maradona, o la de Rodrigo al mismo ídolo, o la de Salas (si no recuerda lo mala que era, piense en: Chile-Chile-Chile-Salas-Salas-Salas-Mata-Mata-Mata-Mata-Matador! Sencillamente horrible).

Todas esas canciones de estadio, que si uno asiste regularmente se termina aprendiendo, incluso las del equipo rival si uno va mucho, o aquellas que son transversales, como el “Dale oh!”, que sirve pa cualquier equipo. Un tema aparte son las canciones de victoria, recuerdo que antes, cuando se ganaba, sonaban por los altoparlantes los movimientos de la novena de Beethoven, mejor conocida como “El himno de la alegría”, pero desde los noventa, el compositor alemán fue cambiado abruptamente por Freddy, Bryan, Roger y John, de Queen, y su mega famosa “We are the champions”, que se robó todas las celebraciones de triunfos. De hecho, si el plebiscito del Sí y el No hubiese sido no en 1988, sino el 2008, fijo que la ponen en vez del “Pueblo Unido”, o de “Y ya cayó”. Bueno, todas canciones de estadio están grabadas en la memoria de casi todos, hasta mi mamá debe saberse alguna.

Las canciones para ídolos son otro tema. Claro, en principio demuestran el fanatismo, el cariño y el aprecio que se tiene a los magos de la cancha, pero que queden bien hechas es otra cosa. Normalmente los compositores son de pacotilla y terminan haciendo una melodía que se repite un millón cuarenta y seis mil veces, con un coro de dos palabras, a los más cuatro, con tambores de bazucada, y que suena en cada radio, noticiario deportivo, programa matinal, programa de concursos, nota callejera, compilado de goles, y hasta en el pronóstico del tiempo. Agobiante y repetitiva, termina por comerse nuestro cerebro, y uno anda como estúpido tarareando la famosa canción, hasta en la ducha. Y lo más patético, hasta se corea en el estadio; no puedo olvidar estar cantando Alberto Plaza (así como oyen), para las eliminatorias de Francia ’98, y preguntarme qué demonios pasaba con este país, que alentábamos a la selección con el tipo más fome de la historia. En contadas ocasiones salen grandes canciones para futbolistas o el fútbol. Santa Maradona, de Mano Negra, es notable, vacilona, pelotera, buena letra, y además entremedio suena el relato de su mejor gol en mundiales, en México ’86. Inigualable. La de Rodrigo también es buena, “Maradó, Maradó!!”, con un par de cervezas encima, hasta la bailo, y con más de un par, hasta me saco la polera y la agito sobre la cabeza.

Aún sigo esperando a la banda, o al compositor, que haga una canción para cuando se va perdiendo, pero no de las que alientan, sino de las que toman la derrota y la sufren, con pesar, dolor, hidalguía y dignidad. Estoy seguro sería un hit. Al menos acá en Chile, y sobre todo para mi equipo de MZ, que no festejamos copas hace ya mucho.

El primer regalo




Hace unos días fui al Mall con mi novia. Necesitábamos pagar unas cuentas, comprar algunas cosas en la farmacia y unos DVD, porque me conseguí unas películas y unos juegos de PS2 que necesitaba con urgencia copiar. Ya sabemos, ella y yo, que el visitante de Mall es un ser un tanto extraño, y no me refiero al que va a hacer cuestiones puntuales, ni al que va a comprar ropa o diversos artículos, sino a aquel que va al Mall sin razón alguna, más que pasear, pasar el tiempo, conocer gente, etc. Es como si las plazas y parques se hayan cambiado por patios de comida y pasillos llenos de tiendas. Ahora es mejor y más placentero pasear en un centro comercial infestado de gente que jugarse un partido de baby fútbol, o salir simplemente a pasear al parque y disfrutar de las temperaturas pre veraniegas.

Es toda una mini ciudad el Mall. Si hasta se estructura como una, y además, sirve como calendario. Me explico: Cuando estamos finalizando marzo y comenzando abril ponen motivos de la semana santa; cuando llegamos a mayo aparecen paraguas gigantes colgando del techo, bufandas, y abrigos; en agosto comienzan a aflorar las banderas chilenas, guirnaldas, y cualquier cosa blanca, azul y roja, para celebrar el 18; a finales de octubre se llena de esqueletos, brujas, calabazas y vampiros; y ahora, mediados de noviembre, aparece el motivo que hace más feliz a los dueños de los Mall y a los niños chicos: El viejo de Rojo, los renos, bastones, hombres de nieve, y perdido en algún rincón, cerca de los baños, un pesebre, con un Jesús de yeso, mal pintado y con el burro que parece perro. Insisto en que el mejor calendario es el del Mall, sencillamente porque si uno va a uno, es IMPOSIBLE que se te pase la fecha, todo gira en torno a la famosa celebración. En el futuro uno podría inscribirse para que en el Mall se representen los cumpleaños de las pololas, los aniversarios, los cumples de las mamás y las abuelitas, para que uno no pasara por bobo y olvidadizo.

Bueno, estábamos en eso, cuando, entrando a una tienda, en la sección regalos para niños vi algo que debe ser el más hermoso regalo de la infancia. Uno que además se repite a lo largo de los años, porque quien diga que tiene la primera que le regalaron, incólume, sin haberla reventado contra la reja de los vecinos, es más falso que Judas. Me refiero a la Pelota de Fútbol. La de 32 cascos, número 5. Da lo mismo la marca, yo tuve desde marca “Las hace el Zapatero”, hasta Adidas y un par de Nikes. Bueno, en realidad no es que las tenía yo, sino que, siendo cuatro hermanos hombres, y con el temor de mis padres de que alguno fuera gay, al menos a uno de nosotros siempre le caía una pelota para la pascua. Cualquier pelota sirve, mientras sea relativamente esférica basta. Cuando uno ve el paquete ya sabe lo que es (nada más queda envuelto en forma esférica, ni un papá es tan creativo como para cambiar eso), y cuando la abre se siente campeón de inmediato, se imagina haciendo piruetas y golazos, así que no queda otra que salir a la calle e inaugurarla con los primeros chutes, armando un partido a las 12:15 de la madrugada, con los otros niños que viven en la cuadra. Anécdotas hay por miles, desde aquella pelota que nos duró 7 minutos, porque le di de volea y la clave no sólo en un ángulo, sino también en la reja de la casa de mis abuelos, pasando por pelotazos a señoras entrometidas que se les ocurría caminar por la calle en el momento mismo de la final de la Copa contra los niños de la cuadra siguiente, hasta pelotas que duraron años y las perdimos porque nos la robaron o se cayó a una casa desde donde no la devolvieron.

Que te regalen una pelota es un acontecimiento, algo como una iniciación, donde, generalmente tu padre o tu abuelo te reconoce y te hace entrar al mundo de los hombres. Es como si se el cielo se abriera, y una voz grave, como de trueno, descendiera y dijera: “Sicarii, desde hoy, puedes ser llamado un Hombre, puedes entrar al mundo masculino del fútbol, de darse patadas por deporte, de tratarse a garabatos sin que importe, de los escupitajos y de la virilidad”. Así no más, sagradamente. Y por favor las lectoras femeninas no se me sientan apenadas ni molestas por decir que se exalta la masculinidad, ya que si lo digo es sólo porque ES TOTALMENTE CIERTO. Si la pelota se las regalan a alguna de ustedes, también las están invitando a entrar al mundo masculino, pero no se lo tomen a mal, me refiero a que las sacan del castillo de princesitas donde las ponen cuando más chicas y las lanzan a la guerra. Como si fueran Eowyn del Señor de Los Anillos, lejos la mina más chacal y aguerrida que haya existido en las películas fantástico-épicas. Y en esta iniciación es fundamental contar con el apoyo y la participación de quien te regala la pelota, que te enseñe las primeras formas de pegarle, cómo pararla, cabecearla, etc.

Así que me decidí, como mi sobrino tiene ya dos meses de nacido, le regalaré un balón, claro que tendré que dejar que mi hermano le haga la iniciación futbolera, porque es pegado y además no puedo interferir la relación padre-hijo, tan fundamental, según los psicoanalistas.

El paracaidista




La primavera, tiempo de flores, polen, pajaritos, alergias, amores, y comienzo de Champions League. Como con mis amigos andamos llenos de fraternalismo, buena onda, sed, y días libres, no propusimos ver alguno de los partidos, tomándonos unas chelas. Como siempre el lugar de reunión es en mi casa, ya que en las tardes estamos solos con mi cuñado, fanático de fútbol también. Además que tenemos varios amigos en común, así que la pasamos cachilupi.

Nos dispusimos. Yo llamé a un par de amigos, mi cuñado a otros, siendo en total 6. No hay mejor número que el 6 para ver un partido y carretear. Esto por razones obvias: Las cervezas vienen en pack de 6; las salchichas también; el pan de completo también; en las casas siempre hay 6 sillas; dos pueden ir a comprar, dos preparan las cosas, uno está atento a que el partido comience y el otro puede hacer cómo que hace algo; dos del Colo, dos de la U, dos de la Cato; en un auto caben hasta 6 personas: dos adelante, cuatro atrás; cada uno es fanático de uno de los episodios de Star Wars; siempre hay un líder, un chistoso, uno que molesta al resto, uno al que el resto molesta, uno fome y otro con hermana rica, 6 en total; etc. No hay nada mejor que ser 6 amigos y querer pasar una agradable tarde con tan maravilloso y virtuoso número de personas.

Pero como la vida no es justa, siempre algo sale mal. Alguien rompió el círculo de silencio sagrado y le dijo a un séptimo que vendría para acá. Y creo que no nos molestaría tanto sino fuese porque es el mismo séptimo siempre. Todos deben conocer a este séptimo. Todos tenemos un grupo de amigos al que siempre se le cuela uno que es amigo de uno solo del grupo y que al resto le cae pésimo. Bueno, éste es aquel. Yo no me lo trago por nada, el mero hecho que esté me impulsa a partir, lo encuentro tonto, prepotente, que se hace la víctima, barza, pendejo, etc. Todos los adjetivos negativos que se les ocurran a este jetón le caben justo. La cuestión es que llegó junto con uno de los nuestros y fue como recibir un combo en la guata. Cuando le preguntamos al que lo trajo por qué lo hizo, dijo: “es que estaba en MSN y me preguntó qué haría en la tarde y se me salió”. Pa matarlo, bien sabido es, que no es bien recibido en este grupo y que además sólo tengo 6 sillas.

Puse cara de palo no mas y le pregunté como andaba (sí sé, soy más cínico y fingido que Felipe Camiroaga), pero mirando de reojo al que lo trajo con cara de “Te tiraste con tu completo”. Me dijo que bien y bla, bla, bla, (en realidad de ahí en adelante me propuse ignorarlo, así que no escuché mucho) y le dije que pasara, que se sentara. Obviamente, como es ganador, se sentó justo al frente de la tele y agarró el control remoto y puso “algo mientras empieza el partido”. Más encima me dice: “Sicarii, ¿me pasai una chela?”. Quería descuartizarlo a patadas, pero se me adelantó el que lo trajo y le pasó la suya y me dijo “yo voy a comprar más, no te preocupes”. Pero parece que él no está conciente que lo que me molesta no es que se acaben las chelas, sino que descomponga el equilibrio que hemos creado los 6 y que lo descomponga siempre el mismo personaje. Cuando estaba por comenzar el partido dice, buscando causar lástima: “menos mal que vine para acá, si no me hubiese aburrido en la casa solo”. Pero yo tengo el corazón más duro que el Undertaker, así que esas frases no me conmueven ni aunque las diga un niño huérfano, vestido con harapos, criado por perros en un callejón de Bulgaria. Lo único que pensaba era que quería que terminara el partido y que se fuera de una vez.

Hasta que mi tormento terminó, se acabó el partido, las cervezas, los completos, y como no había nada más que consumir, se fue. Y menos mal, ya veía que se quedaba a dormir. Más encima sé que volverá, en un partido o dos, o en un cumpleaños, o un bautizo, o hasta para el día de los enamorados.

domingo, 16 de marzo de 2008

Felices Fiestas Patrias!!




Obvio, mes de la patria, mes de la joda y el carrete. Al menos con mis amigos difícilmente nos acordamos de la primera junta de gobierno, de Mateo de Toro y Zambrano, de Ignacio de la Carrera o cualquier otro. Tampoco de O’Higgins, o Carrera o Rodríguez. Menos de las batallas de Cancha Rayada, de la de Maipú o de la de Chacabuco. Sólo nos acordamos de una cosa: Hay que comprar copete, longanizas, carne, empanadas y convencer a nuestras pololas que juntarse a celebrar el 18 es lo mejor que hay, pero que ojalá se pongan con unas ensaladas. Al menos con mi familia yo me reúno poco en estas fechas, tenemos una suerte de acuerdo tácito en el que la navidad es sagrada, igual que los cumpleaños, pero que el 18 y el año nuevo son eventos que uno celebra con amigos, no con familia. Además que mi familia se pone media latera y se va a la parcela de mi tía, todos juntos, a encumbrar volantines, jugar al trompo, bailarse un pie de cueca y aburrirse como ostra.

No digo que no me gusten los juegos típicos, pero hay una gran diferencia entre jugar con los amigos y entretenerse, y jugarlo con la abuelita y los primos chicos. Más encima los cabros chicos pueden ser expertos en jugar play station o nintendo, pero no saben ponerle tirantes a un volantín, ni menos ponerle una cuerda a un trompo y lanzarlo con destreza. A decir verdad yo tampoco soy bueno en eso, pero me da demasiada lata andar de payasito de cumpleaños recibiendo las peticiones de mis primitos. Mi papá es otra cosa, es ultra citadino, va en auto hasta a comprar pan, pero se cree huaso. En el fondo jura que nació en el campo chileno y que fue una casualidad que llegara a la ciudad. Cuando va donde mi tía se pone a hacer zanjas, reparar verjas, desmalezar la parcela, hacer asados y pedirle a mi mamá y sus hermanas que se rajen con unas humitas y ojalá con un buen vaso de tinto pa acompañarlas. Se pone una camisa cuadrillé, jeans y hasta se consigue una chupalla pa capear el sol. Jura que se ve lindo y rural.

Precisamente de una conversación con él quiero hablarles; pese a la existencia del acuerdo tácito de inasistencia a las celebraciones, mi papá siempre insiste en invitarme. Me dijo: “¿Vamos donde tu tía pa’l 18?”, imitando un acento sureño, y cuando le dije que no, puso cara de molestia y me preguntó por qué, que si acaso no lo pasaba bien con la familia, que si acaso no era linda la parcela de mi tía, que si no era chileno y quería celebrar nuestra independencia. A tanta pregunta sólo pude decir dos cosas: “Viejo, primero que nada la independencia fue posterior, el 18 es por la primera junta de gobierno, y segundo, empieza la Champions League, y no me quiero perder los partidos”. Sólo imaginen lo que esa respuesta provocó en alguien que se cree huaso. Casi me mató con la mirada que me puso, se incorporó en la silla y espetó: “¡¿Cómo te vas a poner a ver fútbol internacional el 18?!, ¡Si al menos fuera de la selección!”, intentando apelar a mi sentimiento patrio-futbolero. Y más encima mi respuesta a eso no hizo sino empeorar las cosas: “Encuentro mucho más entretenido ver un partido del Liverpool que bailarme una cueca”. Ahí se le salió el capataz de fundo, si hubiese tenido una escopeta me dispara directo en la cabeza, se levantó de donde estaba sentado y se puso a bufar, parecía toro enrabiado, ni siquiera era capaz de terminar las frases que me decía mientras se paseaba de un lado a otro en el comedor; ¡Mira que andar viendo fútbol…..!, ¡Qué Liverpool…!, ¡…falta de patriotismo!, ¡Tú tía se va a sentir….!, ¡Las perdiste todas conmigo…!, ¡No, no, es que…..!, y muchas otras que como las decía para sus adentro no recuerdo o no alcancé a oír.

Mientras tanto, yo miraba pa la cocina a ver si estaba mi mamá para que domara al toro en el que mi viejo estaba convertido, pero la señora no aparecía nunca. Cuando se dejó de rabiar, me miraba inquisidor, supongo que con ganas de pescar la fusta y darme en la espalda, pero me mantuve sereno. Puse cara de seguridad en mi decisión, para que no siguiera insistiendo y empeorara la pelea. Además, yo estoy seguro que prefiero ver cómo el niño Torres le hace goles al Porto, que andar con cara de pánfilo y con hojotas. “Mi única patria es la cancha”, pensé en decirle, pero me lo callé, así no se ponía más chúcaro. Fue la más sabia decisión del día. Se fue a su pieza amurrado y al otro día ya andaba con el mismo ánimo de siempre. Que mi tía lo llamara en la noche para empezar a ponerse de acuerdo en qué pone cada uno, lo hizo sentir que ya se venía el 18, y se puso en inmediata sintonía, así que ya no discutimos el tema.

En cuanto a la junta con mis amigos para esos días, ya estamos claros, yo pongo la casa y plata pa copete; ellos traen carne, longas y las minas las ensaladas. Vamos a poner la tele en la terraza, sintonizada en ESPN, y cuando termine el partido, campeonato de emboque y volantín, unos pies de cueca, y sobre todo, entre medio de todo eso, un brindis con chicha por Chile y nuestra independencia.